“Creo que cuando alguien es propietario de su vivienda, está realizando el Sueño Americano. Pero algunas personas no están seguras de que este sueño sea también para ellas. Nuestro trabajo es asegurarnos de que esta noción del Sueño Americano llegue a todos y cada uno de los hogares de este país. La meta es que todo aquel que quiera una casa, tenga la oportunidad de tenerla.”
Por mucho que pueda sorprender al lector, estas palabras salen de la boca del mismísimo George W. Bush, durante el anuncio de su plan económico-social más ambicioso: “El desafío de la vivienda propia en América”. Dice el ex-presidente que se utilizará “taxpayer money” para conseguir que 5,5 millones de personas de las distintas minorías puedan acceder a una vivienda propia. Pero esta política social no se la debemos adjudicar por completo a Bush hijo, más al contrario, ha sido una constante durante los gobiernos americanos de todo signo político desde que se fundara de Fannie Mae.
Dicha institución fue creada durante la Gran Depresión por iniciativa pública, dentro del marco de actuación del New Deal, para financiar hipotecas a familias con pocos recursos con el fin de que el sector inmobiliario tirara de la economía. Ya que hemos dado esta voltereta al pasado, no puedo resistir la tentación de citar al Secretario del Tesoro del santificado gobierno Roosevelt: “Lo hemos intentado gastando dinero. Estamos gastando más que nunca y no funciona. Después de ocho años, tenemos tanto paro como al principio.”
Pero volvamos a Fanie Mae. La empresa pasó a manos privadas en 1968, aunque con respaldo explícito del gobierno. Su importancia y peso en el presupuesto se tornó anecdótica, hasta que se hace con el despacho oval el carismático Bill Clinton. El nuevo inquilino de la Casa Blanca considera que todos los americanos tienen el derecho a una vivienda en propiedad. Con la revolución conservadora de Reagan y Thatcher, se puso de moda la concepción de “capitalismo popular”. Esto es, que los trabajadores accedieran al sistema a través de la propiedad de vivienda y de acciones de grandes corporaciones, lo que serviría para canalizar su ahorro y enriquecerles. Dicha mentalidad se contagió a “terceras vías” como la de Clinton. El hombre que sí amaba a las mujeres, presionó al sistema financiero para que facilitara el derecho a una vivienda en propiedad, algo que no le saldría gratis ni a él ni al resto de los mortales.
El modo de funcionar de Fannie Mae era relativamente sencillo. Esta institución no se encargaba de dar hipotecas directamente, sino que compraba las hipotecas que los bancos concedían a personas de minorías o con pocos recursos. Ello financiaba que el banco pudiera seguir dando más hipotecas y cumplir más “american dreams”. Pues bien, en 1991 Fannie lanzó la iniciativa de “abriendo puertas a una vivienda accesible” por valor de 10.000 millones de dólares. Con las presiones de Clinton, se amplió en 1994 al billón de dólares (10 veces más), lo que propició que más de 10 millones de familias se pudieran beneficiar del programa. Como ya he comentado, a cambio de financiar este programa el sector financiero vio como uno de los suyos, Robert Rubin socio de Goldman Sachs, se convertía en Secretario del Tesoro.
Rubin apostó por relajar los controles sobre los mercados financieros, en pos de una mayor eficiencia. Aunque su gran obsesión, y triunfo, fue conseguir abolir algo todo el sector financiero odiaba: la Glass-Steagall Act. Dicha ley fue creada durante la época de Roosevelt para separa banca comercial y banca de inversión, impidiendo que los bancos pudieran usar los depósitos de sus clientes para inversiones. Pero el gran Sueño Americano no se financiaba solo con los agradecimientos del sector financiero a la administración Clinton por los servicios prestados, sino que llevó a Fannie Mae a tener que innovar para obtener más fondos. Y así nacieron los Collaterized Debt Obligations (CDO) a partir de las archifamosas hipotecas subprime.
Como el fin de nuestra querida institución publico-privada era facilitar el acceso a la vivienda de personas con dificultades, la condiciones se relajaban. A cambio, los bancos pedían mayores intereses. Fannie Mae compraba dichas hipotecas que rentaban a unos más que aceptables intereses, y creaba paquetes de deuda donde juntaba distintas hipotecas. Estos nuevos activos (CDOs) obtenían calificación máxima, ya que era muy improbable que todas las hipotecas se dejaran de pagar a la vez. ¡La economía iba viento en popa! La crisis de principios de los 90s estaba más que olvidada, y la bajada de los tipos desde un 10% hasta un 3% aseguraba gasolina para el crecimiento. Los tipos bajos y la disminución del desempleo facilitaron el acceso a la vivienda.
El 5 de diciembre de 1996, Greenspan pronuncia su famoso discurso de la exuberancia irracional, y hace un amago de subida de tipo de interés. Pero la crisis asiática asusta al capo de la FED, y se ve “obligado” a reducir aun más los tipos. Este dinero barato, más el miedo en los mercados, dirige a todos los inversores a la moda del momento: las puntocom. Y ya tenemos montada otra burbuja, con su posterior explosión ¿Cuál es la técnica para salir de la crisis? Correcto, reducir aun más los tipos.
Volvamos al principio, con George Bush Jr. La necesidad de rebajar tipos para incentivar la economía la promovía el mediático economista Paul Krugman, que llegó a decir: “Alan Greenspan needs to create a housing bubble to replace the Nasdaq bubble”. Si el eterno banquero central no estaba convencido del todo, el 11-S y la quiebra de Enron le llevaron a recortar los tipos hasta el 1.75%. En este ambiente es en el que Bush lanza su plan de “viviendas en propiedad para todos”, con ayudas a 40.000 familias cada año y la construcción de 200.000 viviendas de protección oficial. Esto, junto con las profecías autocumplidas de gurús y economistas de que el sector inmobiliario tirará de la economía, lleva a un sector financiero presionado por políticos y accionistas a meterse de lleno en el mercado de la vivienda. El resto es historia.
Toda esto viene a colación de que debemos hacernos una pregunta. ¿Queremos Estado del Bienestar? ¿Suiza o Escandinavia? Los recortes de impuestos en la época Reagan aumentaron la actividad económica, pero también el montante de deuda – durante su mandato el Estado no paró de crecer, guerras mediante –. Desde entonces, gran parte de las políticas sociales se han realizado vía deuda pública, desde el caso americano de la vivienda hasta las recientes expansiones fiscales para incentivar la economía y disminuir el paro. Todo ello gracias a políticas monetarias expansivas que dopaban – y dopan – la economía privada y pública, en pos de asegurar el trabajo, que como diría Rajoy, es “la mejor política social”. Hoy nos hemos dado cuenta que para poder tener Estado del Bienestar hace falta ser ricos y pagarlo a través de impuestos. No existe el camino fácil de la deuda barata. Algo que ya entendieron los suecos con su ley del presupuesto equilibrado.
Y tenía razón Bush, al final el sueño americano y la pesadilla mundial, se han pagado con “taxpayer money”.
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